domingo, octubre 19, 2025
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John Cuiñas: “Nunca di una orden sin haber caminado el incendio”

A los 61 años se jubiló después de casi cuatro décadas dedicadas a combatir incendios forestales en Neuquén. Desde sus inicios como recorredor en 1987 hasta su rol como director provincial de Manejo del Fuego, repasa su historia marcada por el compromiso, el aprendizaje y la entrega absoluta al trabajo y a su gente.

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Lo primero que cuenta John Cuiñas al atender el teléfono es que está asistiendo un auxilio vehicular. Su tono es sereno, firme, el de alguien que toda la vida se movió al ritmo de la urgencia y la respuesta. Así se presenta quien fue, durante casi cuatro décadas, uno de los pilares del sistema de manejo del fuego en la provincia del Neuquén.

“Después de treinta y ocho años de brigadista forestal, me jubilé”, dice con orgullo.

“Arranqué como recorredor de incendio en el año 1987. En enero del 1988 surgió un incendio en Chubut, en Corcovado. Fue mi primer incendio, grandísimo. Terminé esa temporada como recorredor y la siguiente ya me fui a cargo de incendio en Villa Pehuenia. Ahí me quedé hasta el ‘95, entre Villa Pehuenia y Moquehue”.

En aquellos años, el sistema provincial aún no tenía la estructura actual. “Era el servicio de prevención y lucha contra incendios forestales. En verano hacíamos la parte de incendio y en invierno había que hacer otras actividades. Dependíamos de la Dirección de Bosques, así que hacíamos de todo: cortar pasto, mantener caminos rurales, lo que hiciera falta”.

El punto de inflexión llegó en 2005, tras un incendio de grandes dimensiones en la zona de Aucapán y Malleo. “Ahí se vio la necesidad de crear un sistema únicamente para incendios forestales. Se creó entonces la dirección de Manejo del Fuego. Yo ya estaba en Aluminé, y en ese momento se dividen las regionales: norte, centro, sur y después Aluminé como una propia, porque era la zona con más bosque nativo. Quedé como coordinador regional”.

A partir de 2008, sus propios compañeros lo eligieron como director provincial de Manejo del Fuego. “Alrededor de 200 personas tenía a cargo, entre brigadistas y la parte de construcción. El jefe de cuadrilla, para mí, es el de mayor responsabilidad, porque es el que sale al campo. Yo fui jefe de cuadrilla, jefe de brigada, coordinador y después director. Pero el jefe de cuadrilla es el más importante. Una orden mal ejecutada le puede costar la vida a alguien”.

A lo largo de los años, su experiencia se forjó entre el aprendizaje continuo y la pérdida. “Los incendios chicos o grandes son todos diferentes, no hay ninguno igual. Vas adquiriendo con el correr de los años un montón de experiencia”, explica. Pero también, confiesa, se enfrentan a momentos difíciles: “Lo que más frustra es cuando trabajás uno o dos días a rayo de sol, haciendo faja, y te cambia el viento y perdés todo. Y lo peor que nos puede pasar es perder un compañero, como pasó en el lote 39 con el helicóptero. La vida no tiene vuelta atrás”.

Cuiñas nunca se permitió dirigir desde la distancia. “Los incendios grandes los caminé todos. Nunca di una orden sin haber caminado el incendio, nunca hice hacer algo que yo no podía hacer”. Esa filosofía lo acompañó hasta el final de su carrera.

El retiro, sin embargo, no lo encuentra quieto. “Me iba a jubilar en enero y justo saltó el incendio de Magdalena”, cuenta. “Tengo 61 años, cumplí en agosto. Entré con 22 a trabajar de brigadista. Es toda una vida.”

Su familia, dice, aprendió a convivir con su entrega. “Me divorcié hace muchos años. Tengo dos hijos, los dos trabajan en manejo del fuego. Uno es jefe de cuadrilla y el otro brigadista. Heredaron mi pasión. Son los que hacen prevención en las escuelas junto con Parques Nacionales. Es una de las zonas donde más se trabaja en prevención”.

Reconoce, sin embargo, que el costo familiar fue alto. “Ponía como prioridad los incendios, y me di cuenta tarde. Siempre recibía llamados de madres preocupadas por los hijos, y no entendía hasta que mis propios hijos entraron al sistema. Ahí me cayó la ficha”.

Su mirada sobre el trabajo es amplia: “Hoy el sistema depende de otra secretaría, se trabaja con defensa civil, policía, seguridad vial. Eso está bueno, porque hay mucha coordinación. En Magdalena, por ejemplo, tuvimos enfermeros y parte médico en el terreno, algo fundamental”.

Consultado sobre las cualidades de un buen bombero, responde sin dudar: “El estado físico influye mucho, pero también la cabeza. Y la responsabilidad. Porque en el terreno una mala decisión puede ser fatal”.

¿Imagina su vida sin incendios?: “Soy loco por el campo y los animales. Me encantan los caballos, esa es mi segunda pasión. Ya estoy volviendo a la rutina de andar a caballo y salir al bosque. No me gusta andar por la calle. Me gusta el silencio del bosque”.

Su voz cambia de tono al final, más reflexiva. “Estoy recontento de haberme jubilado, pero vamos a ver qué pasa cuando aparezca el primer humito. Porque durante más de la mitad de mi vida estuve haciendo esto. Es difícil”.

Así habla John Cuiñas, un hombre que aprendió a medir el tiempo por el sonido del viento y el color del humo. Un trabajador que, después de casi cuatro décadas de incendios, sigue en pie, con la mirada firme y la misma convicción de aquel joven que en 1987 se enfrentó a su primer fuego en Chubut. Porque hay vocaciones que no se jubilan: se transforman en legado.

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